martes, 19 de mayo de 2015

La propuesta del día: 

RELATOS SALVAJES (2014). Damián Szifrón


A raíz del accidente de Germawings del pasado 24 de marzo surgió, en el transcurso de una comida familiar, una improvisada reflexión sobre cuan frágil resulta nuestra existencia si uno piensa lo a menudo que la exponemos al albedrío de los demás, lo a menudo que nos ponemos en manos de absolutos desconocidos. Subirse en un avión y confiar en que el piloto va a optar por llevarnos al aeropuerto de destino y no por estrellar deliberadamente el avión a mitad de trayecto es el paradigma de esta fe ciega en el otro, en el desconocido, en sus circunstancias. ¿Pero qué pasa cuando una de las partes decide romper ese contrato social y obrar en contra ya no de lo establecido o reglado sino de toda lógica? ¿Qué sucede cuando abandonamos la Civilización y nos entregamos a los instintos más primarios, cuando sacamos el salvaje que en realidad nunca hemos dejado de ser? Esta es la pregunta que parece querer responder Damián Szifrón en Relatos Salvajes: qué nos separa de la barbarie.

Así reciben los pasajeros la noticia de que el piloto se apellida Casillas
Quizás el primer acierto de Szifrón fue olvidarse de la tentación de intentar interrelacionar sus seis relatos, a la manera de Vidas cruzadas (Robert Altman -1993-), por ejemplo. No hay ningún hilo, visible o invisible, que una las distintas historias que componen Relatos salvajes más allá de ser capaces por sí mismas de responder a las preguntas del párrafo anterior. Al no existir esa conexión, Szifrón es libre de estructurar su película como si de un libro de relatos se tratase, es decir, primero te cuenta uno, luego otro, luego otro… y así sucesivamente, nada de hacer avanzar las tramas en paralelo, lo que, dada la absoluta independencia de unas respecto a otras habría acabado convirtiendo la película en un auténtico caos.

A partir de aquí el resultado es, lógicamente, desigual. No todas las historias poseen la misma fuerza ni el mismo magnetismo pero si mantienen unos mínimos bastante elevados de intriga, de tensión dramática, de pulso narrativo y hasta de un fino y muy negro humor (especialmente brillante en este sentido es la historia de Bombita) que acaban dibujando un cuadro final que se eleva por encima del notable. Contribuye a ello un casting realmente acertado y unos diálogos tremendamente brillantes que huyen de la afectada verborrea que suele lastrar el cine argentino tan a menudo. Cierto que las situaciones que plantea son extremas y por tanto altamente improbables pero igualmente cierto resulta que cada una de las historias arranca de una situación de lo más cotidiana que a nadie le costará reconocer como propia. Y de eso, básicamente es de lo que nos habla Szifrón: del diminuto espacio que existe entre lo cotidiano y la locura. Basta con que, por ejemplo, un piloto decida estrellar el avión en pleno vuelo en vez de aterrizarlo en su destino.


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Otros propuestas: 


X-MEN: DÍAS DEL FUTURO PASADO (2013). Bryan Singer

Qué X-Men es la franquicia marveliana más consolidada, a la espera de ver como evoluciona la muy prometedora saga de Los Vengadores, lo demuestra que haya sido capaz de rehacerse de algunos pequeños despropósitos, como el insulso spin-off en dos partes de de Lobezno o la algo mejor aunque para nada al nivel de sus predecesoras X-Men: la decisión final (Brett Ratner – 2006). Cierto que para ello tuvieron que recurrir al viejo truco del reboot, aunque fuese camuflado esta vez, y poner al frente de la franquicia a un exitoso Matthew Vaughn que venía de romper moldes dentro del cine superheroico con su estupenda Kick-ass (2010). El resultado: probablemente la mejor película de toda la saga y una de las mejores del Universo Marvel. Me refiero a X-Men: Primera Generación (2011). Llegados a este punto y después de fracasar otra vez con el segundo capítulo de las aventuras del mutante de las garras había que ir a lo seguro y en este capítulo nada más seguro que Bryan Singer, el director que había empezado todo esto con las dos primeras películas de los X-Men y que con ello había abierto la puerta a todo lo que estaba por venir (Spiderman, Iron Man, El Capitán América… ni siquiera el infausto Daredevil perpetrado por Ben Affleck y amigos pudo detener el tsunami de adaptaciones comiqueras que se avecinaba).

Florentino: ¿Y tú crees que Iker con los poderes de Magneto...?
Ancelotti: Ni con los de toda la patrulla-X
Pues bien, lo que el director de exitazos como Sospechosos habituales o los ya mencionados X-Men y de sonoros estropicios como Superman: returns e incluso la fallida Valkiria ha entregado es una notable aventura intertemporal (¿existe este término?) en el que unos mutantes a punto de extinguirse en un futuro distópico no muy lejano, se ven obligados a viajar en el tiempo hasta un pasado tampoco muy lejano con el fin de corregir un error que es, ni más ni menos que la génesis del fin de la Humanidad tal y como la conocemos. Para qué andarse con menudencias. Con un casting que es un verdadero Dream Team de Mutantes (están todos, viejos y jóvenes, nuevos y antiguos), la película juega bien todas sus bazas y ésta del casting es sólo una de ellas. El manido recurso del viaje temporal está perfectamente dosificado, no es una película de efectos especiales aunque no carece de ellos, tampoco de grandes y confusas batallas aunque tampoco faltan unas buenas escenas de mamporros. Quizá porque Singer no pierde de vista que lo primero es la historia y después los personajes y que el resto debe quedar supeditado a estas sencillas premisas. Puede que no sea la mejor película de la saga pero es superior a casi todo lo ha salido de la Casa de las Ideas en los últimos 5 años. A casi todo.




BEGIN AGAIN (2013). John Carney

Qué en el cine (y la literatura) está todo contado y que a estas alturas de la historia lo que queda es inventar nuevas formas de volver a contar por enésima vez lo mismo parece ya una verdad con valor de axioma. Si de lo que estamos hablando es de uno de los géneros más manoseados del cine, el de la comedia romántica, entonces la capacidad de sorpresa queda reducida casi a su mínima expresión. Tanto que la sorpresa puede constituir, per se, un motivo de puesta en valor de una película.

Si tuviese que explicar porque me senté a ver Begin again la verdad es que no sería muy capaz de justificarlo. Keira Knightley me parece una de las actrices más insustanciales del momento y Mark Ruffalo confieso que me da un poco de grima con ese aspecto de galán desaliñado y mirada de perrete en busca de un abrazo perdido. Por si fuera poco, la posibilidad de encontrarme con media docena de escenas musicales me tiraba para atrás de forma casi definitiva. 

Y sin embargo, me senté a verla.

Te voy a convertir en una estrella ¡yo enseñé a cantar a Casillas!
Begin again no es la clásica comedia romántica. Y no digo esto pensando en el supuesto happy end, porque para cuando la película se enfrenta a su desenlace ya ha quedado más que claro que lo que suceda con el final es circunstancial y que por el camino se ha dejado las suficientes dosis de honestidad como para convertirlo, al menos, en un producto distinto. Y es que en realidad, aunque pueda parecer una comedia romántica, estamos hablando de una película que habla del amor por la música y de ese crucial momento en la vida ya no de un músico, de cualquier artista en realidad, en el que debe decidir entre permanecer leal a sus principios artísticos o cederle el mando a las listas de ventas. Tampoco conviene venirse arriba, que no estamos ante una honda reflexión sobre la moral ni nada por el estilo. Pero sí es cierto que entre este poso de compromiso artístico, la buena química entre la pareja protagonista y la media docena de canciones más que aceptables que salpican la trama, el producto final, como decía antes, es una obra más que aceptable que no cuenta nada que no sepamos, ni siquiera de una manera que no hayamos visto ya pero que, sin embargo, deja el reconfortante sabor de comer por enésima vez uno de tus platos preferidos.



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