viernes, 30 de enero de 2015

La propuesta del día: 

EL TOPO (2011). Thomas Alfredson


Comentaba a propósito de El hombre más buscado, de Anton Corbijn, que el final de la Guerra Fría había supuesto una pequeña catástrofe para ciertos géneros cinematográficos y que, de igual manera, estos se habían visto revitalizados con el mundo surgido tras el 11-S. Pues bien, a medio camino de esta afirmación habría que colocar esta estupenda historia de espías. Y digo a medio camino porque siendo una película post11-S, el momento histórico no es otro que aquellos turbios y sobre todo tensos años en que el mundo entero estaba dividido en dos bloques: el occidental y el comunista. Y no sólo eso, su puesta en escena, su trama y hasta su tratamiento, recuerda más al cine de investigación de los años '70 que al histrionismo y el ruido de los Bourne de Greengrass o el Bond de David Craig.

Sherlock y Drácula al servicio de su Majestad
Porque El topo no es una historia de espías supermachotes, empaquetados en trajes de diseño, que saltan por los tejados de una ciudad cualquiera, seducen a las más bellas mujeres sólo alzando una ceja y son capaces de operarse a sí mismos de apendicitis con un cúter y algo de esparadrapo. No. El topo es una historia de espionaje de oficina, de funcionarios al servicio de una causa que ni ellos mismos tienen clara del todo y donde los mamporros no tienen el mayor sentido porque nadie sabe a quien tiene que golpear. Porque en realidad nadie sabe en qué equipo juega el que tiene al lado. Sí, parece de los tuyos pero podría no serlo. De hecho tu equipo podría no ser tu equipo. Es una historia de identidades ocultas, de agentes dobles y hasta triples donde la verdadera estrella es la información y el valor que ésta tiene, el uso que se le da. Y es, sobre todo, una historia de traición y de Fe. De en quien puedes confiar y de si, realmente, a cierto nivel, puedes llegar a confiar en alguien. 

Es este enfoque tan reflexivo, tan literario si se quiere (no obstante está basada en una novela de Le Carré) lo que le confiere ese aire tan pausado, casi de rutina, como si sólo se tratase del retrato de otro día más de trabajo en la oficina. En este sentido, el sueco Tomas Alfredson, parece haber conseguido plenamente su objetivo, aún a costa de que el resultado final pueda resultar algo árido para el espectador (de hecho, la he visto dos veces y la primera tuve la sensación de haberme perdido media película, extraviado en un mar de nombres y juegos de identidad). Es éste, su aridez, el único pero que ponerle a una película que por lo demás se presenta como un soplo de aire renovado dentro de un género demasiado enconsertado en las convenciones del género de acción.

Y sí, vale, que estén el Gary Oldman más contenido, el Colin Firth más inquietante y un desconcertante Benedict Cumberbacht, también ayuda a subir el nivel uno o dos puntos. 


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Otros propuestas: 


UN PUEBLO LLAMADO DANTE'S PEAK (1996). 
Roger Donaldson


Me llamo Bond, James Bond. Y voy a matar a ese volcán
Dentro del profuso y variopinto subgénero del cine catastrofista, existen diversas corrientes, alineadas según el origen y/o la naturaleza de la amenaza que ha de poner en jaque a una comunidad cuya densidad puede abarcar del pequeño pueblo turístico a toda la Humanidad. Así tenemos pandemias víricas, meteoritos del tamaño de la provincia de Ciudad Real, tiburones más o menos del mismo tamaño y, sí, terremotos, inundaciones y volcanes. En esta última subcategoría es donde se agruparía esta excesivamente previsible historia de un atractivo pero algo atormentado científico viudo, una bella pero soltera alcaldesa y madre de dos hijos y un pequeño pueblo construido al pie de un volcán que lleva años apagado pero que de buenas a primeras empieza a dar señales de vida ante la indiferencia generalizada. Y si digo que es excesivamente previsible, se debe a que con estas premisas que comentaba, la mayoría de la gente sería capaz de desentrañar el ochenta por ciento de la trama sin molestarse siquiera en ver la película. El reparto, con el estirado Pierce Brosnan a la cabeza, tampoco ayuda a infundirle algo de carisma a una cinta que cumple a la perfección con su cometido y su compromiso con el género pero que no pasa de ahí. Es visible, sí, pero sobre todo es olvidable.



TODOS LOS HOMBRES DEL PRESIDENTE (1976). 
Alan J. Pakula 

¿Y dices que el "Garganta profunda"este se llama Iker?
Uno de los sucesos más relevantes de la historia de EEUU en la segunda mitad del siglo XX fue el Caso Watergate, que acabaría provocando la dimisión del presidente Nixon (¡ay, qué tiempos, cuando los presidentes dimitían!). El escándalo había sido destapado por el Washington post después de una compleja y extensa investigación llevada a cabo por dos jóvenes reporteros, Woodward y Bernstein, convertidos desde entonces en iconos del único y verdadero periodismo. Y es la historia de esa investigación lo que se cuenta en esta película que conviene ver con un bloc y un boli en una mano y el botón de pause en el otro. Porque si no, uno corre el riesgo de perderse en el atropellado maremágnum de nombres, de fechas, de sucesos que arman la trama principal, los mismos que en su día iban a armar la investigación. Esto, que a priori puede pasar por un enorme lastre, se convierte en manos de Pakula en todo un aliciente pues la película tiene un ritmo extraordinario y guarda una coherencia interna sobresaliente. Redford brilla en el papel de Woodward bastante más que un histriónico Dustin Hoffman como Bernstein y Jason Robards demuestra una vez más porque era uno de los mejores secudarios del cine de la época. Así, el resultado final sólo podía ser un notable thriller, eso sí, apto sólo para fans del género porque aquí, amiguitos, no hay historia de amor metida con calzador para contentar a "otros públicos". Yo, personalmente, lo agradezco infinitamente.


Las 200 de Cinemanía: 85 - EL GRAN LEBOWSKI (1998). 
Joel Coen 


Españoles escuchando a Rajoy decir que hemos salido de la crisis
Con apenas media docena de películas, tan inclasificables como geniales, los Coen iban a sacarse de la chistera, en 1998, su película más recordada, que no significa que sea la mejor porque para eso existen los gustos y los debates interminables que estos originan. Y si El gran Lebowski ha pasado a la historia como una de las más grandes comedias jamás filmadas es, principalmente, gracias a una delirante galería de personajes insólitos, absurdos, geniales, interpretados todos ellos por actores en verdadero estado de gracia. Veamos: está Jesús Quintana, ese palmero pederasta interpretado por John Turturro y cuya presentación, a ritmo de Gipsy kings, es, casi con toda seguridad, una de las mejores de la historia del cine. Está ese judío veterano de Vietnam interpretado por John Goodman, Walter, que no conduce en sábado y que no ha visto morir a sus compañeros con la cara en el barro para que... bueno, para nada en realidad. Está Donny, ese amigo despistado que siempre acaba de llegar a todas las conversaciones y que tan genialmente da vida Steve Buscemi. Esta Julianne Moore como la feminista pintora vaginal y está Philip Seymour Hoffman como el servil y mojigato siervo de David Huddleston, el verdadero Gran Lebowski. Y finalmente está Jeff Bridges como El Nota (The Dude en la versión original): porrero, pacifista, vago, bebedor... inolvidable, el amigo que todos querríamos tener. Cualquiera de ellos constituiría un motivo de sobra para ver la película al menos una vez. Todos juntos son motivos suficientes para volver a ella recurrentemente. Una absoluta genialidad.

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