jueves, 28 de mayo de 2015

La propuesta del día: 

LUPIN III, EL CASTILLO DE CAGLIOSTRO (1979). Hayao Miyazaki

Te dije que te hicieses de Autoclub Repsol...
La primera vez que supe de los dibujos animados de Lupin andaba yo transitando esa delicada etapa a caballo entre la infancia y la adolescencia en la que uno se cree demasiado mayor para según que cosas. Los dibujos animados, por ejemplo. Pero sucede que al magnetismo y al placer de ciertas diversiones es imposible resistirse, por muy posturoso que quiera ser uno y lo más que te queda es vivir esas pulsiones a escondidas. Sí, yo, con 14 o 15 años hacía algunas cosas a escondidas. Como ver los dibujos de Lupin. Pero nunca supe de la existencia de una película sobre aquel irreverente y divertido ladrón que encima se permitía tontear en grado máximo con una rubia peligrosa, toda una femme fatale. Así, pasaron los años y al borde de los 40, cuando a uno lo último que le preocupa es lo que pensarán los demás cuando sepan que ve dibujos animados, descubrí este regalo de Miyazaki. Así que me senté a ver El castillo de Cagliostro con el mismo espíritu rebelde de adolescente que una vez fui pero sin el pudor de hacerlo. Y lo que me encontré fue muy parecido a lo que recordaba. Miento. Fue aún mejor que lo que yo recordaba. Porque El castillo de Cagliostro es una divertidísima aventura que tiene mucho del espíritu aventurero de Indiana Jones (ojo, es anterior a las aventuras del arqueólogo más famoso de la historia) pero que también remite a las historias de ladrones de guante blanco a lo Ocean's Eleven. Todo ello sin olvidar el componente romántico, que bebe, como decía antes, de las femmes fatale del cine negro pero también de las historias de princesas enclaustradas y príncipes salvadores. En definitiva, que El castillo de Cagliostro es una deliciosa locura llena de humor y diversión que, 36 años después de su estreno, permanece igual de fresca y vital. Un pequeño milagro de Miyazaki y los suyos.


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Otras propuestas: 


Las 200 de Cinemanía: 79 - AMERICAN HISTORY X (1998). Tony Kaye 

¡Dejad que los negros se acerquen a mí!
American history X es, por encima de todo, una película dominada de principio a fin por un actor. Edward Norton se apodera de la función de tal manera que todo a su alrededor parece minúsculo. Al mismo tiempo es el propio Edward Norton el que consigue que American history X se eleve muy por encima del resto de películas que, sobre todo en aquellos extraños 90, se acercaron a la temática neonazi (estoy pensando ahora en Semillas de rencor, por ejemplo). Porque lo cierto es que más allá del acierto de recurrir al blanco y negro de los flash back (sin duda y con mucho las mejores escenas de la película, ya sea el partidillo de basket entre negros y blancos, ya sea la escena de la lavandería en la prisión, ya sea la terrible escena del crimen porque el que Derek/Norton acaba en la cárcel...) y algún que otro acierto de casting, como Edward Furlong o Fairuza Balk, American history X es mucho más efectista que otra cosa. Tanto el guión de David McKenna como la dirección de Tony Kaye son ciertamente hábiles a la hora de manipular nuestras emociones pero en cuanto uno le rasca un poco a la historia (lo que vendría a ser un segundo o tercer visionado, alejado de los golpes de efecto) se da cuenta de que ésta resulta algo "tramposilla" y en cualquier caso de un maniqueísmo simplón y poco convincente. Resumiendo, que como fábula moral resulta engañosa y como ejercicio de estilo tampoco inventa nada. Pero nos queda, como decía al principio, Edward Norton. Y aunque seguramente no sea mérito suficiente como para entrar en esta lista si lo es para ver la película una y otra vez.


DALLAS BUYERS CLUB (2013). Jean-Marc Vallée

Qué dice que no me da un sorbito por si le pego algo. Manda huevos...
Matthew McConaughey está on fire. Esa es la auténtica verdad que uno extrae de esta película. El actor tejano está en ese momento de su carrera por el que la mayoría de los actores ni siquiera llegan a pasar jamás en el que parece que todo lo que toca se eleva muy por encima de su valor real. Matthew McConaughey es el "valor añadido" de cualquier producción en la que aparece. Esto es así y poco se puede discutir sobre ello. Él solo es capaz de monopolizar la atención de productos tan notables como True detective o Interstellar o de, como es el caso, dotar de peso y profundidad películas que, sin la presencia del man of the hour de la industria cinematográfica americana, nos pasarían por debajo del radar a la mayoría. Pasó con Mud, por poner un ejemplo, y vuelve a pasar con este biopic de Ron Woodroof, un cowboy de rodeo que convirtió su lucha contra el SIDA y el oscurantismo de las farmacéuticas en los años 80 en el leit motiv de sus últimos días en la Tierra. Y es que Dallas buyers club es una película entretenida, mucho más divertida y resuelta de lo que su dramático argumento pueda hacernos creer (no quiero imaginar lo que sería esta historia en manos de cualquier director europeo con ínfulas mesiánicas o de alguno de nuestros directores patrios, abonados a la lágrima fácil), dotada de un curioso ritmo y de una cierta habilidad para moverse entre la comedia y el drama pero que no pasaría de agradable producto de usar y tirar si no fuese por la magnética presencia de Matthew. Porque es en su carisma donde reside el mayor foco de interés de la película, por mucho que el extenuante Jared Leto se vista de lagarterana para llamar la atención y ganarse su Oscar.


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