martes, 2 de junio de 2015

La propuesta del día: 

CANDILEJAS (1952). Charlie Chaplin

A la genialidad, en el cine, se puede llegar de muchas maneras. Detrás y delante de la cámara. Charlie Chaplin lo era a los dos lados. Y su genialidad nace de su capacidad, casi sin igual, para alcanzar la fibra más sensible del espectador, para conmover las emociones más esenciales y sustanciales de cada uno de nosotros.

Al final de la estupenda Smoke (1995), de Wayne Wang, con guión de Paul Auster, el personaje de William Hurt le dice al de Harvey Keitel, después de haber escuchado con atención su Cuento de Navidad algo así como “para ser un buen contador de historias hay que saber tocar las teclas adecuadas. Y tú estás entre los mejores, Auggie”. Pues bien, si contar historias se trata de saber tocar las teclas adecuadas en el momento preciso, Chaplin fue, es y será insuperable en esta faceta. La quimera del oro, El gran dictador, Luces de la ciudad, Candilejas… Cualquiera de ellas serviría, por sí sola, para justificar esta afirmación.

En Candilejas, que es la que nos ocupa ahora, un Chaplin ya en retirada (nunca volvió a ser Charlot, por ejemplo) firma una conmovedora metáfora sobre su propia vida, con este payaso en decadencia, Calvero, convertido en su alter-ego. Desde la primera escena, en la que un viejo Charlot, digo Calvero, llega borracho y solo a su casa, el nivel de intensidad emocional es demoledor, subrayado, por si fuera necesario, por una extraordinaria banda sonora, también compuesta, como no, por el propio Chaplin. A partir de ahí se suceden escenas de una teatralidad sobresaliente en las que un lúcido Calvero reflexiona sobre el valor de la Vida frente a una atribulada Thereza, mezcladas con diversos números cómicos que nos presentan al otrora gloriosa payaso Calvero haciendo, por ejemplo, de vagabundo. ¿Os suena?

Pero la trama, como la Vida, no se detiene, y el poderoso drama continúa. Porque el paso del tiempo, lo infinita que puede parecer la Vida a los 20 años y más si ni siquiera uno desea vivirla frente a lo corta que se nos presenta en el ocaso, cuando ya sabemos que el tiempo que nos resta es mucho menor que el vivido, es otro de los nudos gordianos de Candilejas. Hay alguno más. Lo efímera que puede parecer la fama cuando uno necesita el aplauso del público como la sangre que corre por sus venas. Incluso con la esencia de lo que es el Amor se atreve Chaplin. De qué está hecho, en qué consiste. ¿Es la compasión una forma de Amor? Ya digo, no queda casi ningún palo que tocar.

Candilejas es, en definitiva, el glorioso epílogo a una carrera sin igual. Chaplin se despide a lo grande de todo y de todos y, cuando por fin cae el telón, la sensación tras las más de dos horas de película, es la de que te ha pasado un tren por encima, que has sido arrollado por un monumental torbellino emocional. Es algo agotador pero terriblemente satisfactorio. Y también muy inusual. Supongo que esto y no otra cosa, es el Arte.


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Otros propuestas: 





LES DOY UN AÑO (2013). Dan Mazer


-Feliz divorcio, amor mío. -Es nuestra boda, querido
-Sí, por ahora...
Agotada hace tiempo la fórmula de comedia romántica más convencional, ya se sabe, chico-conoce-chica, chico-no-puede-estar-con-chica-por-vaya-usted-a-saber-qué-motivo, chico-acaba-con-chica-porque-el-Amor-lo-puede-todo; agotada esta fórmula, decía, a los guionistas les ha tocado desde hace tiempo poner a trabajar la imaginación para buscarle otra vuelta de tuerca a esa fórmula, para reinventarla o simplemente y como es el caso, subvertirla. Así, de las comedias románticas que nacen de la ya clásica premisa por la cual el chico y la chica de turno empiezan no soportándose para acabar descubriendo que están hechos el uno para el otro, llegamos a esta alteración de los factores algo más realista por la cual, la pareja que en un principio están tan enamorados que parece que son incapaces de dejar de mirarse a los ojos acaban odiándose de tal manera que a uno, lo único que le queda claro es que en la estupidez el total también es mayor que la suma de sus partes (estos Josh y Nat son insulsos por separado pero es que cuando están juntos de lo único que tienes ganas es de abofetearles con una balleta podrida) y tranquilos porque esto no es ningún spoiler, todo ha quedado perfectamente claro a los quince minutos de película. Podría parecer un excelente punto de partida, de hecho con una premisa no muy distinta Stanley Donen firmó, en 1967, una de las mejores radiografías del proceso de enamoramiento y posterior descomposición de una relación jamás filmado. Hablo de la superlativa y extraordinariamente amarga Dos en la carretera (consejo: no ver si uno se encuentra en fase de ruptura. Puede destruirte por completo). Pero el problema de Les doy un año es que las premisas son sólo eso, premisas. Y para hacer una gran peli, no hablo ya de algo inmortal, hace falta mucho más. Y esta Les doy un año no tiene nada de eso. Para empezar, el reparto carece por completo de carisma y sólo Rafe Spall logra salvar ligeramente los muebles en mitad del naufragio generalizado. Por otra parte, los chistes son facilones e insustanciales y a menudo nos encontramos ante situaciones de lo más forzadas que le restan toda credibilidad. Sólo su ligereza y reducida duración permite llegar hasta su más que telegrafiado final sin bostezar. 

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