La propuesta del día:
CANDILEJAS (1952). Charlie Chaplin
CANDILEJAS (1952). Charlie Chaplin
A la genialidad, en el cine, se puede llegar de muchas maneras. Detrás y delante de la cámara. Charlie Chaplin lo era a los dos lados. Y su genialidad nace de su capacidad, casi sin igual, para alcanzar la fibra más sensible del espectador, para conmover las emociones más esenciales y sustanciales de cada uno de nosotros.
Al final de la estupenda Smoke (1995), de Wayne Wang, con guión de Paul Auster, el personaje de William Hurt le dice al de Harvey Keitel, después de haber escuchado con atención su Cuento de Navidad algo así como “para ser un buen contador de historias hay que saber tocar las teclas adecuadas. Y tú estás entre los mejores, Auggie”. Pues bien, si contar historias se trata de saber tocar las teclas adecuadas en el momento preciso, Chaplin fue, es y será insuperable en esta faceta. La quimera del oro, El gran dictador, Luces de la ciudad, Candilejas… Cualquiera de ellas serviría, por sí sola, para justificar esta afirmación.
En Candilejas, que es la que nos ocupa ahora, un Chaplin ya en retirada (nunca volvió a ser Charlot, por ejemplo) firma una conmovedora metáfora sobre su propia vida, con este payaso en decadencia, Calvero, convertido en su alter-ego. Desde la primera escena, en la que un viejo Charlot, digo Calvero, llega borracho y solo a su casa, el nivel de intensidad emocional es demoledor, subrayado, por si fuera necesario, por una extraordinaria banda sonora, también compuesta, como no, por el propio Chaplin. A partir de ahí se suceden escenas de una teatralidad sobresaliente en las que un lúcido Calvero reflexiona sobre el valor de la Vida frente a una atribulada Thereza, mezcladas con diversos números cómicos que nos presentan al otrora gloriosa payaso Calvero haciendo, por ejemplo, de vagabundo. ¿Os suena?
Pero la trama, como la Vida, no se detiene, y el poderoso drama continúa. Porque el paso del tiempo, lo infinita que puede parecer la Vida a los 20 años y más si ni siquiera uno desea vivirla frente a lo corta que se nos presenta en el ocaso, cuando ya sabemos que el tiempo que nos resta es mucho menor que el vivido, es otro de los nudos gordianos de Candilejas. Hay alguno más. Lo efímera que puede parecer la fama cuando uno necesita el aplauso del público como la sangre que corre por sus venas. Incluso con la esencia de lo que es el Amor se atreve Chaplin. De qué está hecho, en qué consiste. ¿Es la compasión una forma de Amor? Ya digo, no queda casi ningún palo que tocar.
Candilejas es, en definitiva, el glorioso epílogo a una carrera sin igual. Chaplin se despide a lo grande de todo y de todos y, cuando por fin cae el telón, la sensación tras las más de dos horas de película, es la de que te ha pasado un tren por encima, que has sido arrollado por un monumental torbellino emocional. Es algo agotador pero terriblemente satisfactorio. Y también muy inusual. Supongo que esto y no otra cosa, es el Arte.
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